SAN VALENTÍN….

Crecí dentro del concepto de familia. A trece años de terminada la Segunda Guerra mundial, en mi Argentina natal, el identitario social tenía el perfume fundacional de la familia. Probablemente reforzado por mi incursión escolar en colegio salesiano, le otorgaba una dinámica de familia cristiana. Así pasé mi infancia en ese halo que cubría todo evento social. La reunión de las familias cristianas y salesianas acompasaron mi formación. Estaba vedada la ruptura de este contrato, de manera tal que cuando un matrimonio de “divorciaba” dicho acontecimiento era tema de conversación solamente de adultos. No se podía casi mencionar el término y era un atrevimiento el indagar sobre esto que pertenecía al interminable mundo de la censura en la que estábamos inmersos. Romper con la familia propia, era en parte romper con la familia que el modelo nos había presentado como ideal, la de José, María y el Cristo. Además el presidente de Argentina, tras golpe militar, era Pedro Eugenio Aramburu emanado de la Armada Argentina, y en el mundo de entonces con Churchill en Inglaterra, Franco en España, De Gaulle en Francia, La Democrazia Cristiana en Italia, había un giro hacia una manera de pensar donde el padre Estado era el encargado de dictar la norma, vigorizada por la educación del momento y el silencio que imperaba el mantenerse dentro del modelo.
Esto conformaba lo común, con los escapes que permiten los extremos, tanto para un sector de la izquierda como de derecha.
De manera tal que para la llegada a la adolescencia, el vínculo con el futuro tenía en la familia un medio más y casi indispensable para alcanzar el éxito. Basta recordar que para aquel entonces el permanecer soltero no estaba del todo bien visto, de hecho se utilizaba como advertencia amenazante para corregir conductas: “si sigues así te quedarás solter@” no era una frase excepcional para esa época. A la que se le podía agregar un reforzamiento implícito que viaja en dicha sentencia “así quien te va a querer”. La familia y su construcción llevaba a la aceptación y reconocimiento. No tener hijos implicaba casi un castigo divino. Un matrimonio sin descendencia gritaba al Inconsciente Colectivo, que mantenía relaciones íntimas por fuera del mandato bíblico de creced y multiplicaos.
Para la entrada adolescencia y empujados por un set hormonal, nunca explicado pero tan presente biológicamente, nuestro mental no buscaba solamente copular, sino una compañera. La elección de una esposa. Podía fracasar o no el noviazgo conseguido, pero el motor era este. Y a la luz de los hechos, en lo que duró mi carrera universitaria, se casaron prácticamente todos aquellos amigos y conocidos de mi época escolar. En pocos años, aquellos que habían decidido no continuar estudios de grado para incluirse en el mundo laboral se casaron y formaron una familia. Debo aclarar que la practica de la convivencia sin pasar por el matrimonio era inusual para ese entonces, como la interrupción de algún embarazo, razón esta última que remitía a Registro Civil e Iglesia precipitada a mas de uno, en el consabido casamiento de apuro.
Y qué está aconteciendo ahora?
A mis 63 años vividos, la excepcionalidad del divorcio de aquel entonces es casi mayoritario en mi círculo de amistades actuales. Se convive sin matrimonio, se casa poco y se tienen menos hijos o ninguno. Estos índices, son motivo de estudio para sociólogos, historiadores, economistas, políticos, psicólogos, filósofos o curiosos como yo que observamos estos nuevos estilos implícitos en la evolución de nuestra especie.
Es de pensar al menos que compartamos, como familia, un destino parecido al del oso polar. Cada vez mas raro verlo y en peligro de extinción.
La creciente inestabilidad de la pareja, alejándose del per secula seculorum, que traía de serie nos deja frente a un modelo social nuevo por emergente.
La cupla actual tiene claro que la unión es probable no sea para siempre. No se ven 30 años ligados a una misma persona. Este nuevo pacto, de sinceridad plena cabe decir, es junto a la no reproducción un producto de las vivencias personales y del camino de vida que cada uno traza con mayor independencia del que dirán (aquello de la soltería…) y mas comprometidos con la realización de su propio ciclo. Según Byun-Chul Han, la hiperculturalidad, el hipernaturalismo, el hiperpositivismo, la hipertransparencia actual tienen algo que decir respecto del modelo actual, alejado de la idea de felicidad junto a. El entronizamiento personal, tiene en si un , por lo menos, riesgoso narcisismo, con el consabido derrumbamiento en si mismo.
Con todo esto hace unos días llega desde la Big Data que hemos arribado a mas de 106 millones de contagios de COVID y han fallecido cerca de 2.3 millones, por debajo de esto las cifras de cada país en particular son una invitación al análisis más local de un problema mundial, y así sucesivamente continuamos observando en las orillas , problemas que se generan río arriba. En este momento tan masificado he querido rescatar una historia….. entre tantas y tantas que nos llegan a diario, motivado claro está por el pensamiento que precede esta noticia.
Ha dado la vuelta al mundo la foto de Margaret y Derek.
Esos dos ancianos, ingleses, enfermos a la vez de COVID-19.
Se encontraron a los 14 años, para años mas tarde casarse y permanecer por mas de 70 años juntos. Siempre. Enfermaron en este enero de 2021.
Para cuando Derek llegó al Hospital de Wythensawe su esposa ya había sido derivada al Hospital de Trafford donde permanecía con pronóstico reservado. El pedido de Derek de reunirse con su esposa fue escuchado por el ser de un hombre , que habitaba en un médico, decidiendo remitir a Derek también a Trafford. Al encuentro de la pareja, en esa habitación, se inmortalizó en la foto que adjunto a este pensamiento que comparto con vosotros. Tomados de la mano, Derek preguntó con ansia: “Dónde has estado todo este tiempo”. De allí en mas la salud quebrada de Margaret tuvo un repunte en mejoría , que permitió hasta especular a sus médicos tratantes.
El 31 de enero, partía Derek. Tres días más tarde Margaret.
Mañana es San Valentín y, tras lo expuesto de los amores de antes y ahora, no podría hacer otra cosa que lo que hecho: describirlos, sin juicio alguno. Sin siquiera aventurarme a decir que tiempo pasado fue mejor, o lo contrario, que ahora es mejor. Pero no puedo escindirme de lo que provoca en mi esta historia de 2 viejos ingleses, no conocidos nunca y que represente tan bien todo aquello que me acerca a la emoción que produce eso que llamamos AMOR.

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