LA TIERRA

Tengo la edad de la tierra.

Tomé contacto con esta afirmación conceptual en un tiempo que decidió desaparecer en un intento por vigorizar la existencia de tal construcción.

Esto ocurre con alguna frecuencia en tanto se mantiene algún vínculo con el espacio en el que se crea un recuerdo. Cuando vivimos situaciones categorizadas en una dimensión única e incluyente, con ese perfume de que al instante de vivirlas son tan intensas que per se imprimen una firma emocional. En este instante hay quienes necesitan del Chronos y este ejercicio les mantiene en un equilibrio de archivo que les permite mejor evocación y otros, como en mi caso, nos independizamos de la fecha y hora, generalmente, escudándonos en «yo siempre fui un desastre para las fechas» cuando en realidad en esos momentos de la firma habitamos en un momento escindidos del tiempo en la tierra, convencidos que cuando pillas y vives un concepto habitas en un tiempo sin tiempo, otorgándole a lo vivido existencia pre-anunciación; como que siempre ha estado en uno y se ha revelado en tal instante, percibiendo también que estará más allá de nosotros mismos.

Mi casa me vio tomar cuerpo en octubre de 1957 en Mar del Plata, Argentina. Una carta natal ofrecida desde una agradecida astróloga me llenó de información un día, de la singularidad que atraviesa cada nacimiento. Como hace más de 60 años la tierra giraba alrededor del sol, a una velocidad de aproximadamente 30.75 km/s unos 107.000 km/hora en una órbita que tiene unos 150 millones de kilómetros de radio, luego el Sol en la Vía Láctea, esta última con las Galaxias y los números exponencialmente multiplicados en todo este conocimiento llegado desde los nuevos instrumentos de interrogar y medir el movimiento del Universo.

Durante milenios la civilización avanzó interrogando el cielo a través del oráculo, los fenómenos naturales y la información que bajaba desde el cielo en forma de estrellas, no fue hasta Aristóteles y su observación de los eclipses y la diferente posición de las estrellas segùn el lugar de observación; válida para la Grecia de ese momento aunque la primera persona parece ser Erastótenes que en siglo II a.C. mediante un estudio de las sombras proyectadas en Egipto calculo el perímetro de la Tierra con un error del 3%. El empecinamiento del siglo de las Luces enfatizarían la ciencia a través de Cristóbal Colón y fundamentalmente Galileo, por encima de la mirada religiosa imperante hasta ese entonces. A partir de entonces la mirada se dirigió hacia la Tierra, dejando con Descartes la divinidad para la Iglesia y secular forma de apropiación del conocimiento, con encriptación del mismo dentro del dogma cristiano otorgándole un clima mágico. Por una u otra razón se desembocó en la ciencia que explica los fenómenos de la tierra, con especulación sujeta al resultado demostrativo de la hipótesis. La realidad debiera poder ser medida, pesada, cuantificada y clasificada.

Hubo de aguardar ese acopio informativo para poder desarrollar los instrumentos que permitieron acercarse al Universo con este nuevo pensamiento científico, aunque con , creo yo, conocimiento que desde que interrogamos el cielo, siempre lo hacemos desde el espíritu, alma o consciencia, como se prefiera enunciar

Vine al mundo con los que interrogaban la tierra y me encuentro en la transición de los que interrogan el cielo. Dicho de otra manera , tengo la edad de la tierra, porque en el macro hemos pasado de esa energía Tierra a la constatación de la conexión Celeste y siento que ese es el movimiento en mí.

Desde esta perspectiva sitio otorgado por mi familia tiene visión local cuando investigo mis ancestros y otro tanto para mi rol. Cuando estoy en mi ciclo Celeste mi familia es la civilización misma y mi rol está en la especie. En ambas miradas concluyo que mi «hacer» local es idéntico en el micro como en el macro marco en el que aprehendo el concepto. En ambos se encuentra mi Ego , con menor representación en tanto me acerco a los extremos; menor en tanto estoy más en la tierra interior o me acerco a mi cielo.

Convencido que este movimiento no es de pertenencia más allá de la fluidez con la que realice mi sueño, entregado a una consciencia superior que me revela quien soy

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