FIN DE LA CRISIS

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». (Juan 1,1) «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1:14)
Así comienza Juan su Evangelio, enmarcando el origen divino del hombre en su plano terrenal.
El theos está puesto en la divinidad compartida en el Todo desde la Nada misma, ya que antes de un inicio que contiene al Todo está precisamente la Nada.
La primera crisis en nuestra existencia es el nacimiento.
Hay un acto divino en la concepción, una proteína (Izumo en honor al templo japones de bodas) en la cabeza del espermatozoide se alinea cuánticamente (de que otra manera sino) con otra proteína presente en el óvulo (Juno en honor a la diosa romana de la fecundación y el matrimonio) y permiten por esta ley de la atracción el inicio de la vida en este plano.
A partir de entonces una revolución de mitosis llevará a termino un ser. Ahora bien, en tanto el Soma se nutre de toda estas variaciones, un código genético aportado por la pareja, inundará de sensaciones pendientes de procesos un relato de dónde venimos y quienes somos, potenciados por una expresión en la epigenética que amplificará el nuevo modelo para no otra cosa que la adaptación al medio.
Tras nuestros primeros años de vida, y cuando ya podamos comprender que nuestra existencia está asegurada, comenzará a transcribirse en forma de evocaciones todas aquellas emociones que vienen de serie de nuestros ancestros. Hay mucho más que el detalle de llevar los mismos ojos que el bisabuelo que no conocimos o el rulo de cabello de nuestra tatarabuela, sino que responderemos de similar manera a nuestros estímulos como lo han hecho nuestra familia. Ademas con el inscrito de pertenencia a la familia y un clan, vibraremos frente a mismas emociones de manera similar. Inclusive, y hasta con una muy alta probabilidad ejerceremos una tarea o profesión en un todo de coherencia con lo archivado en nuestros códigos genéticos y lo que para la ciencia es una sucesión de bases compuestas de aminoácidos, para nuestra vida deviene un «codice» en el cual se inscriben nuestras futuras reacciones a la vida misma en el
sempiterno par «acercamiento/alejamiento» dependiente de la respuesta al estímulo que nos toque vivir.
Así a lo largo de nuestra vida nos conducimos….
Anexando información que nuestro cerebro racional cataloga y dispone en forma de archivo, generando pensamientos y actos para arribar tras la repetición de los mismos a la aprehensión de una experiencia conductual que nos acerque a través de la aceptación o nos separe a través del rechazo.
Así en distintas etapas de la vida, accionamos desde la superficie, ideando y actuando solo por permanecer en la manada . La manada sustituye la nutrición que por crecimiento nos independiza de nuestra madre.
En este intercambio con la manada (sociedad) nuestro grupo escogido nos mantiene en un vínculo donde la seguridad/inseguridad se encuentra distendida porque el grupo contiene, como mamá cuando tras su falda nos parapetabamos a la espera de que fuera ella quien ahuyentara el miedo.
Así nos desarrollamos en nuestra vida, con un ir y venir de personas que llegan a nosotros validando nuestros sentires de momento en momento. Por esto y no otra cosa compartimos y también nos alejamos.
Lo que nos gusta y nos da placer se queda lo que no se aleja, estableciendo crípticos algoritmos de pensamiento para ejercitar conductas que se encuentren en línea con esto. De manera tal que desde que salíamos a cazar el mamut tenemos claro aquello de que la unión hace la fuerza.
No obstante en nuestras crisis emocionales, hemos de estar en soledad.
Nacimiento, separación, frustración, rencor, miedos, transformación, desánimo, enfermedad, duelo, vergüenza son distintos varapalos de la vida, que aunque acompañados inundan de soledad en el verdadero sentir.
Hoy nuevamente en nuestras vidas estamos EN CRISIS.
Como han estado nuestros ancestros, y aunque cierto es que la unión hace la fuerza, es necesario primero integrar nuestro ser. Resulta cuanto menos `poco probable, arribar a buen resultado sino estamos en coherencia con nuestro ser.
De que vale buscar un reconocimiento en la manada cuando aún no sé quién soy.
Como en ocasiones anteriores debo realizar ese viaje interno del que solamente yo conozco el camino, de qué vale poner en palabras a la escucha de alguien un sentir que seguramente saldrá deformado o maquillado por una parte consciente que apartará mi verdadero sentir.
Realizar el viaje interno es una tarea de cada uno, nuestro ser está ansioso por ocupar ese sitio de vida que le ha sido asignado.
Ejercitemos una amnistía con aquellos seres que creemos nos han fallado o fastidiado el camino. Agradezcamos su presencia en nosotros porque seguramente hemos aprendido de ellos.
Dejemos en paz a los demás con la cansina liturgia de lo que tienen que hacer…… dejemos que cada quien haga lo que crea conveniente para su propio desarrollo. Enfoquemos la mira en nosotros, aceptando nuestro origen divino y la expresión que somos del mismo.
Aceptemos el amor como único instrumento de validación de nuestro sueño, hagamos lo que tengamos que hacer en nombre de él y bendigamos nuestra esencia desprendida de esa matriz universal de la que somos parte esencial.
Arribemos por último, al encuentro de nosotros a sabiendas que el misterio se devela cuando nos observamos desde el amor, único vehículo de verdadera transformación.

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