Enrique Ogni Canestro era un médico jubilado/invalidado. Cerca de 1988 le conocí en la Clínica Mitre, donde transitaba mi camino de la mano de la cardiología.
Enrique fue amigo en la primera consulta.
El tiempo solo fue testigo para acomodar los encuentros que confirmaron aquella sensación de la primera consulta. Su corazón estaba hecho trizas; una Insuficiencia Cardíaca con una Miocardiopatía Dilatada lo arrinconaba en lo que a partir de ese momento sería el final de su vida, certeza que nos apuro en conocernos sin reservas, el encuentro estaba destinado a ser un regalo para ambos.
Enrique se autodefinía como: Enrique O.G.N.I. Canestro, parafraseando a OVNI, decía de sí Objeto Gordo No Identificado, y reíamos…
Alguna vez quedé al finalizar mi consulta, a pasar por su casa. Vivía en una esquina de 9 de Julio y Guido, de Mar del Plata, en una casa de alquiler pequeña de donde me viene su salón pequeño de esquina, su escritorio con el sillón para un OGNI de su tamaño, libros, libros , libros por todo sitio, en alguna desordenada pila, en su escritorio, un ventilador que movía el aire de la cercanía de la cabeza de mi amigo, y su esposa, astróloga ella, de la que mi memoria amortigua su nombre pero no mi recuerdo sobre ella: me regaló mi primera y única carta astral hecha en mi vida.
Transcurrieron meses de vernos menos de lo que me apetecía, seguro, evidentemente fue lo suficiente para que hoy 28 años después Enrique sea el que abra este pensamiento.
En los encuentros, la información iba y venía, entre un médico en sus primeros pasos y otro próximo a su transformación. En su casa no había buen vino, su bolsillo de pensionista no se lo permitía, pero con una sabiduría de bebedor, Enrique compraba a granel, de a 5 litros en un envase y los mezclaba (sí los mezclaba) logrando un vino que permitía al visitante la toma de 2 copas sin consecuencias. Allí debatíamos sobre su salud, el concepto de salud, el camino de la ciencia en tanto su mujer nos acercaba algo para picotear y participando al momento con su respeto y querer manifiesto en cada nota de cuidado a su compañero.
Me obsequió aquella carta astral, novedosa, curiosa para mí. Hizo cercano algo que no lo tenía en mi mirada, y me reveló (con el concepto fotográfico del vocablo, osea hizo visible) de donde venía. En algún momento había sido hechicero, chamán, adivino. En alguna sociedad-tribu había tenido este desempeño, de donde venía mi arte de curar; teniendo en cuenta que había un jefe de clan, tribu, sociedad pero la importancia del Sanador era tal, que por supuesto hasta este rey se veía compelido a consulta con el Chamán no solo ante sus dolencias, sino ante sus visiones de la realidad.
Estas dos facultades fueron altamente motivadoras por su atracción de mí desarrollo. Tiempo después de la mano de un gigante epistemólogo, Juan Samaja conocería de primera mano y recibiría el envión definitivo a mi vida de búsqueda en el devenir del concepto salud-enfermedad.
OGNI nació en el cielo y a su mujer no le volví a ver. Gracias al cielo, cada tanto me viene este recuerdo (hoy escrito) y me río con él. Que tengas buen regreso a casa Enrique.
Hace unas 3 semanas estaba en Uxmal, en pleno mato del Yucatan, con Christian Beyer y 35 personas más, en medio de la selva. Sentados frente a la pirámide-templo del adivino. Gigante, impactante en su presencia. En la Uxmal de la evolución, un mago, adivino tenía pirámide propia, y era de significada importancia el traslado del saber en aquel entonces a través de estos elegidos. Otra vez en consonancia con mi pregunta desde aquel entonces… Llevábamos unos días de trabajo y el grupo estaba en cohesión y coherencia. Christian comenzó a conectarnos con esa modestia que solo tienen los arribados al conocimiento y la consciencia. Mi ser ya no podía escuchar a Christian, de esa pirámide percibía un cúmulo de emociones que sensibilizaban a otra escucha, que no la del maestro.
Frente a mí, y principalmente dentro, un sentir correspondía a mi búsqueda. Tras la experiencia de la pirámide nos esperaba el cuadrilátero de las monjas, plaza central, poco más pequeña que un campo de fútbol, donde debíamos caminar a ojos cerrados, dejándonos llevar por el maya. Al llegar, integré el trabajo y cerré mis ojos, inmediatamente sentí como si me cogieran por la camiseta , desde adelante y comencé a caminar. Visionándo las huellas , perfectamente que quienquiera dejara allí me permitían caminar, sin temor a choque o cruce y despegado de incertidumbre alguna.
Caminé durante minutos, círculos, recto, laterales y cuando supe que no debía caminar más, integré el trabajo nuevamente y al abrir mis ojos estaba frente al trono, como muy probablemente haya sido alguna vez, para alguien que como yo caminaba hacia.
Uxmal fue un trabajo hermoso y para mí completo. Allí no hubo ego a descubrir, no había morada para la sombra. El trabajo no era definitivo, y esto le restaba trascendencia que es donde podía meter mano el ego. Fue un aporte más a conformar la respuesta, a la que dirijo mis momentos más íntimos de meditación, cuando viajo solo al sitio donde soy parte de una cura, al del agradecimiento por ser parte de una sanación, el sitio donde la muerte no existe porque habita un territorio de posibilidades. Ya estuve en Uxmal, antes y ahora.