La latencia en el conflicto tiene intrínsecamente la pregunta y la respuesta. Necesita de una maduración propia que le otorga individuación, despejando todo análisis y entregado a la evolución del mismo. Allí en ese espacio sin tiempo viaja la progresión de lo que llamamos problema, adherido a una solución que espera le otorguemos identidad, en coherencia con lo que creemos que somos. Este movimiento, desde un anclaje negativo hasta su resolución requiere de nuestra intervención con convencimiento pero mucho más con la energía que desprende el anhelo vehiculizado en deseo. La voluntad de continuar alejado de sufrimiento es más rápida que la inercia que empuja a la desrrealización.
CONFLICTO
